Todo aquel que haya tenido una cuñada muy atractiva y morbosa habrá fantaseado con follársela bien duro algún día, aunque sea un pensamiento un tanto indecente por razones obvias, pero lo cierto es que el cerebro no controla nuestra entrepierna. Por supuesto, aún es más fácil sucumbir a los encantos de la hermana de nuestra pareja si esta nos recibe nada más llegar del trabajo con las piernas abiertas y el coño a punto de caramelo.