La mayoría escenas de gloryhole a menudo tienen su mayor virtud en la misma sordidez del acto y el escenario, donde la pornstar interactúa con hipotéticos desconocidos sin ni siquiera ver el resto de sus cuerpos. Es difícil convertir esta actividad tan kinky en algo seductor para las masas, en porno mainstream que cualquier consumidor sea capaz de disfrutar, pero se convierte en algo posible si el trabajo de cámara es bueno y sobre todo si la starlet en cuestión sabe exactamente cómo trabajar a la vez la incursión sexual a través del agujero mientras juguetea con el espectador al otro lado de la pantalla, haciéndole sentir parte de una experiencia donde normalmente se sentiría un mero voyeur. La reciente colaboración de la imponente Valery Summer con Bluebird da buena cuenta de ello.
Valery Summer, el arte del buen gloryhole
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