Si ha habido alguna vez una diosa del porno con clase esa ha sido Tori Welles. Ninguna otra ha tratado tan bien las pollas, nadie las ha lamido, besado y acariciado con semejante dulzura. Nadie se ha colocado de cuatro patas y ha ofrecido el surco de su coñito rasurado con la sumisa devoción con que se arrodillaba ella. Y, sobre todo, jamás existió una hembra bronceada, curvilínea y gatuna que le sostuviera tan bien la mirada al garañón que le estaba endilgando ventitantos centímetros de carne a ritmo de metralleta.
Dicen que esos ojos felinos y el tono dorado de su epidermis se deben a la sangre cherokee que ondula por sus venas. Quién sabe… Lo que si parece cierto es que Tori nació en el californiano Valle de San Fernando el 17 de junio de 1967. No le tiraban demasiado los estudios, de modo que encajonó sus cuadernos lo antes que pudo y se dedicó a aquello para lo que sí disponía de un indiscutible talento natural: el sexo. De hecho, empezó a meterse de todo, vergas, alcohol y drogas desde muy jovencita, cobrándose fama de bulliciosa ovejita descarriada a la que todos los pastores deseaban montar y ordeñar para cuajar yogurcitos en su boca de caramelo. Alguna que otra cárcel de California guarda la memoria de aquellos días bravos en forma de ficha penitenciaria.
A los dieciocho añitos, el cuerpo desnudo de Tori se meneaba y refregaba contra la barra de los tugurios de strip-tease de Los Ángeles. Su carrera no prosperaba, de modo que decidió ceder a la tentación del negocio peliculero. Sus exquisitas redondeces y maneras irrumpieron en el negocio del porno en 1988, justo en el momento en que se nos venía encima una avalancha de mediocres producciones videográficas.
Se dejó penetrar por primera vez en películas porno de temática bisexual, entre las que The Offering (Paul Norman, 1988) está considerada su debut oficial. Ese mismo año recibió el premio a la mejor escena de sexo. Durante la ceremonia de entrega conoció al portentoso actor y director Paul Thomas, que se prendó de ella y la contrató. para la Vivid. Allí su carrera despegó definitivamente con producciones como Cátame (Torrid, 1989) dirigida por el propio Thomas. A lo largo de esta época, la muchacha se apareó gozosamente con la flor y nata espesa del negocio, desde Peter North y Tom Byron hasta Randy West, con quién vivió un lúbrico romance. Su popularidad creció y apareció en el televisivo Show de Joan Rivers -más adelante, en 1990, figuraría en los créditos del programa Real Personal.
Durante todo este tiempo, Tori combinó su nombre habitual con otros tres: Brittania Paris, Tori Wells y Tory Wells. Nadie dudaba de lo buenísima que estaba, pero hubo de someterse a la fiebre de silicona que reinaba en el medio. Se implantó sendas prótesis mamarias, lo cual permite verla copulando con sujetador en algunos filmes de la época. Además de empalmar a los simpáticos nipones, el sostén servía para escamotear las heridas en proceso de cicatrización.
En 1989 se cosechan los mejores momentos de su carrera: los polvos sofisticados de Camaleón (The Chameleon de John Leslie), las cabalgadas desbocadas de Jinete Salvaje (The Outlaw, F.J. Lincoln) o las mamadas infinitas de Fantasías de noche (Night Trips) donde se entregó de lleno a las ensoñaciones del cachondo publicista Andrew Blake.
Ya en 1990, justo antes de retirarse, Tori tuvo tiempo de interpretar a una vampira chupapollas en Sangre y sexo (Out for blood de Paul Thomas).y a una directora de cine X en Polvo de estrella (Mss Directed). Dejando atrás la interpretación, nuestra chica abandonaría la soltería para casarse con el realizador Paul Norman, con quién tendría un hijo. Sin embargo, nunca ha abandonado la industria. A más de poder disfrutarla en numerosos documentos y compilaciones, Tori ha producido Eduardo Manospenes (Edward Penishands de Paul norman,1991) y ha dirigido tres películas para su propia productora: Girl Friends (1990), Sin casco y a máxima cilindrada (Raquel in Red line) (1991) y el refrito Tori Welles Goes Behind the Scenes (1992).
¿Quién no ha soñado alguna vez que nuestra Tori se desliza entre las oscuridad de nuestro cuarto? ¿Quién no ha vislumbrado su pelo medio rizado, sus 36 por 25 por 36 y su ojos descarados escrutando un bulto bajo nuestras sábanas? ¿Quién no ha esperado la llegada de su lengua, el contacto con sus labios y el empuje de sus pezones para derramarse en su boca al final de una de esas gloriosas mamadas a medianoche?
Johnny Laputta
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