Aquellos ya lejanos noventa: el grunge, con Nirvana a la cabeza, alcanzando el éxito masivo al principio de la década gracias, en parte, a un track con un título bastante pornero (Smell like teen spirit), y las cintas VHS con contenido porno rulando clandestinamente entre los amigos. Nadie imaginaba por entonces que la era digital brindaría toneladas de porno para todos los gustos con solo unos clics de ratón o, simplemente, tocando la pantalla de un móvil. En dicha época predominaban las actrices porno norteamericanas de bustos generosos, cabellos rubios (de bote) y la típica actitud de femme fatale. Ese patrón se resiste a ser desechado y son todavía muchas las mujeres actuales que se suman a esa tendencia estética que, sin duda, les dota de unas armas muy poderosas sobre los hombres. De hecho, la mayoría quedan intimidados ante tales mujerones. El enésimo ejemplo es Spencer Scott, una chica que ha ido enfatizando con el tiempo el arquetipo de hembrón siliconado con un idilio inquebrantable con la superficialidad y con el hecho de hacerse notar, aunque tenga que recurrir al taller de chapa y pintura cada cierto tiempo.
Tinte, silicona y retoques a espuertas con Spencer Scott
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