Sexo en el parque

GUÍA PARA ECHAR UN BUEN POLVO ENTRE COLUMPIOS Y TOBOGANES por Johnny Laputta

Nuestra ciudad está llena de rincones por descubrir y lugares desaprovechados en los que follar y ser follado puede convertirse en la mayor de las delicias. Ya va siendo hora de abandonar el camastro, la mesa y el ascensor para aventurarnos en ese nuevo mundo de sensaciones inesperadas. Y, para empezar, no estará nada mal regresar a los viejos enclaves de nuestra fértil infancia: a esos parques cubiertos de césped y arena, llenos de bancos, columpios, arcos y toboganes. Aunque lo mejor será hacerlo de noche, con el fin de evitar la mirada de los extraños y confundirse con la oscuridad que acoge los mejores encuentros.

Imaginaos a vuestra chica, ataviada con una lisa minifalda o un corto vestidito estampado de verano. Sin bragas, con medias o simples calcetines blancos. Subida a lo alto del tobogán, sentadita en el borde, con las piernas dobladas, de modo que sus tobillos le acarician las nalgas, como cuando era una chiquilla. Pero ahora con toda la ropa marcada, ajustando cada curva de su cuerpo y mostrando por momentos esa rajita de labios abultados y graciosos, entreabierta como un beso entre sus muslos. Ese abrir y cerrar de piernas y el descenso vertiginoso directamente hacia vosotros, intentando ensartarse vuestra verga empinada y dura.

La recibís de un solo golpe, sintiendo su jardincillo aterciopelado apretarse hasta la misma bolsa de los huevos. Os dejáis caer sobre la hierba mojada, que os cosquillea la piel y las partes, y se cuela traviesa por la ranura del ano. Así, retozando bajo un cielo de estrellas, continuaréis el vaivén hasta que ella sienta tu leche en sus adentros y a ti te bañen los flujos de su felicidad más absoluta.

Las chicas podéis disfrutar solas, o de dos en dos, introduciendo unas bolitas chinas en vuestros dulces orificios. La sensación de goce se incrementará si os metéis un buen consolador en los mismos aposentos. Sólo tendréis que sentaros individualmente, cada una a uno de los dos extremos del columpio de palanca. Y así, a subir y bajar, primero una y luego la otra. Os parecerá que voláis, y cada aterrizaje sobre el suelo os obsequiará una nueva inservión más profunda y penetrante que os empapará con el zumo de la gloria hasta tal punto que, sin daros cuenta, estaréis aullando como perritas en celo.

Si lo preferís, podéis practicar el mismo juego en pareja. Los chicos sentados, uno a cada extremo del columpio, con el rabo enhiesto. Las chicas separaréis las piernas para acomodaros el miembro en cuestión al tiempo que os sentáis a horcajadas sobre vuestros machotes. Procurad que los miembros os lleguen a lo más hondo. De este modo, enterrando ese tesoro en vuestro interior, emprenderéis el viaje: arriba y abajo, arriba y abajo, embestida tras embestida, los gemidos crecerán de modo irremediable hasta suplantar totalmente el traqueteo oxidado del columpio. Vuestro clítoris se fundirá alelado como un cubito cremoso al tiempo que vuestros ojos se iluminen como farolillos de verbena.

Un polvo en el parque no se olvida. Ya lo cantaba el avispado Pepe Blanco allá por los años cincuenta, cuando su amante se lo pedía con insistencia:

“Súbeme, Manolo, súbeme
quiero saber lo que es el tobogán,
súbeme, Manolo, súbeme,
quiero saber porque esos gritos dan.
Y cuando allí la subí…
¡¡¡Vaya unas cosas que ví!!! ¡Tararí!”

Va por Usted, maestro.

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