La fama de Anna Moana Rosa Pozzi, nombre completo de la gran Moana Pozzi, le vino de sus quehaceres sexuales como actriz pornográfica, pero también fue modelo, política y presentadora de televisión; una estrella del porno polifacética que, paradójicamente, era una mujer muy admirada no solo por ser un icono erótico, también por su clase e inteligencia.
El poeta y crítico literario Antonio Arévalo la conoció en 1993 y admitió que quedó prendado se deslumbrante belleza en un encuentro donde comprobó por sí mismo que la actriz acaparaba todas las miradas de la gente, mientras ella parecía no percibirlas, con ese aire entre tímido y curioso que le caracterizaba.
Hija de un ingeniero nuclear y de una distinguida ama de casa de corte beato, Moana estudió en una reputado colegio religioso de Milán. A los 18 se inició en el mundo del espectáculo y, tras modelar en diferentes agendas, dio el salto al porno, decantándose por la vertiente hard y rodando gangbangs, sexo anal en abundancia y mamadas profundas, convirtiéndose a la postre en una celebritie del sexo sin límites. “Me decanto por la obscenidad, la vulgaridad me aburre y es de mal gusto. Lo obsceno es realmente lo sublime”, decía.
Ocultó durante medio año el cáncer letal que acabó con su vida, manteniendo una actitud discreta y reservada, pese a que se sospechaba que padecía sida. Antes de su muerte pidió que su funeral fuese íntimo y que sus cenizas fueran arrojadas al mar. Compartía la afición por el sexo con la de la lectura, admirando a escritores como Allan Poe, Milan Kundera, Anais Nin o Alberto Morabia, aunque su libro favorito era “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar. También frecuentaba la popular biblioteca de las mujeres, sede del feminismo en Roma, y había sido seleccionada para un pequeño papel en una película del gran cineasta Federico Fellini. Por todo ello, Moana disfrutaba de la admiración de gays, intelectuales y feministas.
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