«La pornografía es una categoría de representación visual y, más específicamente, de imaginería fotográfica”. – Lynda Nead, “El desnudo femenino».
Toma abierta, ya sea el paisaje de un bello prado o un loft de cinco estrellas que suele tener piscina, aunque no vaya a usarse en la escena. Aparecen a cuadro dos o tres chicas bellísimas; de complexión esbelta, aspecto muy juvenil y casi virginal reforzado por blusas de tonos apastelados, al igual que los “hot pants” que lucen junto con zapatillas deportivas. Las jovencitas juegan, se sonríen pícaramente, se miran intensamente a los ojos y comienzan a besarse, no hablan, no escuchamos sus risas porque hay una relajante y genérica música de fondo.
Corte al final de la escena, las mismas jovencitas yacen recostadas en una cama «king size»; desnudas, besándose suavemente, se acarician con relajada lentitud, sonríen complacidas, con los ojos cerrados, pareciera que se disponen a tomar una merecida siesta.
Hace unos meses me dispuse, como un ejercicio formal, el reseñar un poco el estilo del odiado/amado Mike Adriano, como uno de los representantes destacados del porno actual en lo que a estilo se refiere. En esta ocasión no me refiero al estilo de una persona sino a una forma que en su conformación ha mutado y construido nicho para encontrar lugar en el porno convencional y ramificarse para resultar en un éxito comercial, el «glamcore».
Al contrario del estilo de las páginas de Adriano y los gigantes de internet (Brazzers, Bangbros, Reality Kings, etc.) este tipo de sitios y productoras parecieran tener reales preocupaciones formales estéticas (no utilizaré el ambiguo término «artístico» porque no compete). No es sólo ubicar la cámara e iluminar para que la acción genital sea visible; existe una propuesta visual: hay planos con composición, paneos, utilización de difusores para eliminar los altos contrastes, aprovechamiento de la luz natural que las propias locaciones ofrecen, una paleta de colores homogénea y agradable, uso de lentes con grandes aperturas para la manipulación y manejo del enfoque y el «bokeh» en pro de la ensoñadora atmósfera de la escena.
En contraposición de Adriano y las páginas mencionadas, no hay lugar para deformaciones de los grandes angulares, la edición generalmente evita que veamos cuando las chicas cambian de posición, hay un ritmo bien planificado. Todo en bandeja de plata 4K para que las partícipes de dicha puesta en escena entren a cuadro y desenvuelvan su trabajo en el género que algunos aburre y muchos enloquece: el lésbico.
El glamcore encuentra en el lésbico su motivo perfecto para desarrollarse, especialmente en el europeo o con actrices europeas. No hay nada que se salga del tono, al contrario de los videos lésbicos americanos; no hay movimientos bruscos, la chicas no enloquecen en meter y sacar dedos como si de una máquina tragamonedas se tratara, no hay lametones agresivos, no hay tijereteos con convulsiones y gritos exagerados o escupitajos a las vulvas, no es tan común ver dildos y mucho menos «strap-ons» y, si los hay, éstos no remiten a falos o acción masculina.
Todo es llevado lentamente, hay acentuación en los silencios y no en los gritos; en el resonar de los besos y las lenguas que se entrelazan en bocas y clítoris, en los débiles y tímidos gemidos de angelicales chicas (casi sílfides) de Europa del este o alrededores que bien podrían estar desfilando para Victoria Secret: delgadas, de facciones hermosas, senos pequeños y «puffy nipples», depilaciones tersas y perfectas, no hay grandes curvas; no suele haber cirugías, imperan los cuerpos naturales (llámese Katya Clover, Alexis Crystal, Gina Gerson, Little Caprice, Anjelica y un montón de chicas que no serán famosas y que no volveremos a ver).
Tal como en otros géneros hay «close-ups», sin embargo, éstos se realizan por medio de telefotos y zooms, el camarógrafo no se acerca, no irrumpe en la escena; los miembros del staff son voyeristas, el espectador también lo es, de eso se trata: pareciera que las espiamos en su intimidad.
En el «close-up» está probablemente el accionar oral más adorable y cuidadoso que veremos en una porno; la chica se preocupa en lamer lenta y cariñosamente cada milímetro de la vulva de su compañera, hay fluido secretado; todo termina en un ahogado grito y temblor de caderas, la eterna fantasía del orgasmo en el porno. Si acaso las chicas miran a la cámara, lo hacen una vez que han culminado de ofrecer placer a su(s) compañera(s). Hacen partícipe al voyerista, lo invitan a la escena, pero no hay tiempo para más, el video se terminó.
La convención estilística ha sido abanderada y perfeccionada por sitios lésbicos de excelencia (Viv Thomas, Lesbea, Wowgirls, Ultra Films, Sapphic Erotica, Sex Art, Lezkiss), ha cruzado fronteras; los vemos en más páginas, con actrices propias del “mainstrem” americano, aunque no necesariamente con los mismos resultados (WhenGirlsPlay, WeLiveTogether, Girlsway, Dyked, Webyoung, etc.).
No pertenece a nadie y pertenece a todos, es la idealización sublimada, más cercano a la foto de glamour, la suntuosidad en el detalle, la redundante fantasía del porno. La convención de forma y estilo ha sido pulida al grado de que su efectividad suele ser unánime; paso del nicho del género a trasladarse y rondar otros tantos para resultar exitosa por igual en su capitalización. De ahí el éxito de un tal Greg Lansky, del cual no hablaré, este es el triunfo de Safo.
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