El estereotipo ruso de rubia alta de tez pálida y mirada gélida parece haberse diluido en los últimos años fruto de no se sabe muy bien qué, y Helga Lovekaty es un glorioso ejemplo de este cambio de tendencia: nacida en el mismo San Petersburgo, quizá no sea el cuerpo matemáticamente perfecto por cierta descompensación en el tren inferior, pero es una morenaza de sonrisa fácil y mirada cálida que casi podríamos situar en el lado contrario del espectro de sus compatriotas más representativas.
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