La Zorrita en biquini es el título de una de las muchas películillas eroticonas que el rey de la alpargata fílmica barcelonesa, don Ignacio F. Iquino, dirigió allá por la década de los setenta. En el transcurso del film, las voluptuosas desnudeces de una provocativa Esperanza Roy llevaban al límite del deseo y la cordura a José Sazatornil “Saza”. La extrema ridiculez del macho ibérico, baboso, cornudo y calzonazos, quedaba en evidencia ante la mera presencia de un cuerpo serrano adornado con un pequeño biquini. Hay cosas que, por desgracia, parece que no van a cambiar nunca, por eso nosotros continuamos babeando y perdiendo el control sobre nuestras hormonas y pupilas al otear las torneadas curvas de la exuberante Denise Richards. Y es que lo único que tiene liso esta treintañera audaz y pizpireta son los cabellos que bordean la sonrisa más venenosa del cine americano.
Para los que todavía no lo sepan, Denise Lee Richards, que así se llama la chica, nació en Downers Grove, Illinois (EUA) el 17 de febrero de 1971 -hay quién dice que vio la luz un año más tarde. Pertenece al signo de acuario, lo cual nos ayuda a entender lo mucho que se prodiga en escenas acuáticas y en remojones de manguera que le erizan la piel convirtiendo sus pezones en cabezas de misil afrodisíaco. Sus melocotones puntiagudos se han dejado ver en más de una escena, lo mismo que los dos hemisferios sonrosados de sus nalgas. ¿Quién sería capaz de olvidar los chorros de la botella de licor empapando sus tetas en Juegos Salvajes o la mamada de polla frustrada que acaba convirtiéndose en lluvia de cera caliente en Un San Valentín de muerte?
En todo caso, antes de llegar a Los Ángeles y encandilar a todos los directores de cásting con sus sobradas razones, Denise se graduó en El Camino High -¿sería una escuela del opus?-, cerca de San Diego, en 1989. Fue escalando posiciones y en 1997, en Starship Troopers, demostró que sabía ser Carmen Ibáñez, la argentina menos argentina de cuántas argentinas hayan sido. Pero está tan jodidamente buena, nos subyugan de tal modo sus múltiples perfiles refinados que incluso llegamos a perdonarle amorosamente todas sus apariciones en Melrose Place. La sonriente Brandi Carson es, sin lugar a dudas, la jovencita más potente que se ha paseado ante las cámaras zurrupiales de tan pazguata serie de televisión. Antes de paserse por barrios tan pijos como Beverly Hills, su anatomía adolescente se desparramó sinuosamente por las áulas y pasillos de Salvados por la campana. Y así, de chistecillo en chistecillo y de tontería en tontería, fue dando saltitos hasta pegar el brinco definitivo a la gran pantalla, que la mandó al hiperspacio en busca de insectos que aniquilar. ¿Con cadetes pìmpollones como estos quién necesita soldaderas que le zurzan el traje espacial?
Sin embargo, a esta chica se le da mucho mejor hacer el amor que la guerra y pronto se especializó en papeles de jovencita calientapollas que provoca el subidón de esperma para después largarse con el guaperas de turno a echar un casquete bajo las estrellas. Así se lo ha montado hasta con el mismísimo James bond pues, para ella, parece que el mundo tampoco es suficiente. Denise nos es siempre infiel y hasta prefiere hornearse unos bollos con una chavala pendenciera antes que mostrarnos el rostro de su entrepierna. Pero no nos importa, tenemos paciencia y nos sobra imaginación. Con biquini o sin él, Denise seguirá siendo nuestra zorrita preferida, la bestiezuela de mil encantos, nuestra huidiza ramerilla favorita a la que deseamos ver desnuda para poder luego vestirla elegantemente con un fino pijama de saliva. Y quién sabe que más…
Johnny Laputta
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