CHUPAR LOS HUEVOS, ADEMÁS DE DAR PLACER TE LLENA DE ENERGÍA
Si tu boca se cansa de engullir gruesas pollas empinadas, no te preocupes. Relaja la gola, dale un respiro a tu garganta y dedica los bordes de tu sonrisa a incursiones menos arriesgadas y profundas. Deja que tus labios se desplacen con suavidad sobre las superficies lisas y rugosas de esas dos grandes bolsas de leche que sustentan el enorme rabo húmedo y erguido que bendice tu cara con gotitas de savia aún transparente.
Tu boca mojada y caprichosa se ira pegando, poco a poco, a base de besos y mordisquitos, sobre la piel fina y despoblada, recorrida por apetitosos surcos sinuosos. Husmea, entre suspiros de baba, los pequeños matojos de pelos limpios y enredados. Atrápalos entre los dientes, tira de ellos con delicadeza. Muerde definitivamente algunos de esos pelillos y paladéalos mientras sigues succionando sin descanso.
Llénate la boca con los huevos. Primero uno, luego los dos. Sórbelos, chupa la piel como una golosina dulce y asequible. Hunde la lengua entre los pliegues que dividen ambos cojones, mullidos y turgentes. Enloquece, piérdete en sonoros lametones salivosos, hasta llegar al horizonte de ese culo sudado y perezoso. No te eches atrás, se acerca el momento, entierra la lengua en el fondo de ese agujero negro como un bostezo. Conócelo bien y vuelve de nuevo a los huevos, enardecidos y del color del sonrojo de tus mejillas escaldadas. Esas dos pelotas de carne esponjosa parecen dispuestas a liberar su leche espesa y espumosa sobre el mismo lecho de tus ojos. Haz un último esfuerzo, empápate de ellos, siente su traqueteo golpeándote el paladar. Nota como el flujo se escurre en línea recta por el borde inferior de la polla y estalla a borbotones, surcando el aire hasta empaparte de una lluvia blanca, caliente y deliciosa.
Seguro que repetirás la experiencia. Después de una buena comida de cojones te sentirás mucho más en forma, alegre y jovial. Los huevos contienen un alto contenido energético. Ya a finales del siglo XIX, el catedrático francés Charles Brown-Séquard, que había traspasado la frontera de los setenta años, se inyectaba ocho dosis diarias que contenían extractos de testículos. Se sintió rejuvenecer y abrió el camino a la investigación de otros tantos científicos tocacojones. Pero no hace falta convertirse en un yonqui testicular, nos basta con acordarnos de la amable coplilla:
Cómeme los cojones
María Manuela.
cómeme los cojones
que son de seda.
por Johnny Laputta
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