Se han hecho numerosos estudios sobre las preferencias sexuales de hombres y mujeres en función del color del cabello, y aunque nunca se han sacado explicaciones del todo concluyentes, siempre hay un factor que se repite: las rubias ganan por goleada. El fetiche de las pelirrojas quizá sea más intenso por concentrado, pero lo de las rubias es un fenómeno social que trasciende los gustos personales, una especie de parafilia consensuada: las rubias son, por derecho, más llamativas y por tanto también más atractivas. Esto es así, al menos en términos generales.
En el porno está claro que vuelve a reproducirse lo que sucede fuera de él: en los noventa el porno con rubias era prácticamente el único tipo de porno que existía, y aunque en el nuevo siglo la silicona tiene menos presencia y la diversidad tonal de cabello y piel ha cambiado, los vídeos porno de rubias siguen siendo una constante en los puestos más altos del porno con más popularidad.
Quizá lo más interesante del asunto es que una rubia se caracteriza principalmente por ese rasgo y no tanto por los demás. Rubias como Jenna Jameson han trasladado al porno uno de las obsesiones de la cultura moderna, derivada en parte de los primeros sex symbols de la historia como Marilyn Monroe, y apoyada por la antropología que relaciona el gusto por las rubias con los hombres de la edad de hielo, que morían cuando salían de caza y al tener más mujeres donde elegir preferían a las más exóticas, esas damas de pelo dorado que aún hoy nos traen de cabeza.